domingo, 16 de noviembre de 2014

SIN CLIENTES NO HAY COTO




Hace pocos días los legisladores santafesinos dieron el visto bueno a una ley que regula el descanso dominical para los empleados de comercio. Con muchas observaciones, excepciones, y sugestivas posibilidades de libre interpretación de algunos artículos, la ley fue aprobada.  El gobernador aseguró que no la vetaría. Las dudas en torno a su efectiva implementación comenzaron a rondar.  La intendenta de Rosario -con su  tibieza característica- sugirió que el cumplimiento efectivo de la ley debería quedar ligado a una consulta popular. ¿Plebiscitar una ley, semanas después de haber sido aprobada por diputados y senadores?, propuesta extraña...
    Coto -el empresario- parece haberse constituido por estos días en el protagonista -diabólico y desalmado- de un relato típico de Charles Dickens. Quizás lo sea, pero no está solo. Coto intimidó con telegramas a sus empleados.  Coto aseguró que recurrirá a la justicia buscando la nulidad efectiva de la ley. Una banda de hombres y mujeres (¿trabajadores?, tristemente es posible) se manifestó en contra del descanso dominical.
     Coto -el supermercado- representa  un templo de consumo.  Templo cuyo modelo (más refinado, quizás) lo constituyen los mega shoppings. La esencia del capitalismo es consumir. Consumir todos los días, también los domingos. El concepto de dignidad humana, constituye un tópico olvidado por muchos. Tras el azote neoliberal de los noventa, es difícil luchar contra un paradigma cultural  impregnado de amor al consumo.  
     Es triste para una persona tener que trabajar los domingos tras una caja de un supermercado, o reponiendo artículos importados de la china comunista en una góndola. También, y aunque a veces no lo parezca, es triste qué una familia aspire “como salida dominical” a pasearse  por un shopping. El buen vivir es uno de los basamentos  de la dignidad humana. Durante los años noventa buen vivir fue homologado con poder consumir.  Desde  todos los frentes culturales hegemónicos se instauró la idea de qué el sinónimo de felicidad era mercancía. La Educación -con mayúsculas- fue funcional a esta mutación cultural. Una ley per se no cambia nada. La inercia neoliberal de los noventa está vigente,  y nos arrastra,  mucho más de  lo que a veces suponemos.





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